martes, 31 de marzo de 2015

El pedófilo y nuestros hijos. Por el Dr. Hugo Marietan, médico psiquiatra.

El pedófilo y nuestros hijos

La red de amigos y de pescadores
En redes sociales de Internet todo es engañoso hasta que se demuestre lo contrario. Esa debe ser la ley primera para preservarse y preservar a los nuestros de los engaños, de los peligros de este vasto mundo virtual. Infiltrados entre los buenos, entre aquellos que honestamente quieren contactarse con otros para disfrutar de una amistad, están aquellos que acechan como depredadores a sus presas para sacar toda la información posible para llevar adelante sus planes nocivos. Y si esto es válido para los adultos que toman su cuota de riesgo al usar estos avances tecnológicos, cuanta más atención hay que prestar si los que los usan son menores, donde la inmadurez psíquica no les permite tener el criterio suficiente para diferenciar lo peligroso de lo inocuo. Yo sugiero a los padres de menores que hagan prevalecer la seguridad de sus hijos por sobre la intimidad, que chequeen las computadoras o las tablets en busca de textos y fotos que impliquen vulnerabilidad en la seguridad no sólo del hijo, sino de toda la familia. Al fragor del entusiasmo comunicacional, los jóvenes trasladan al mundo virtual todo tipo de información, sin filtrarla, sin prever las consecuencias de esa generosidad informativa. Es útil, también, tomarse un tiempo para conversar con ellos, dejando de lado los reproches, acerca de este problema. Los chicos de 12 años en adelante escuchan poco a los padres, pero aun así es válido el intento de alertarlos. Una charla sencilla, corta, con términos accesibles, sin irse por las ramas y sin asustar. Insertar en sus mentes la prevención y que ellos también son responsables por la seguridad de toda la familia.

Prevenir para evitar
Donde hay niños, ronda el pedófilo. Busca en todos los lugares y circunstancias donde puedan captar a un niño. Y el medio virtual es un mar de niños que se le ofrece a sus ojos voraces, a su mente perversa que diseñará los ardides para lanzarlos como anzuelos para que uno de tantos chicos quede enganchado en su seducción. Él está convencido que los niños lo necesitan, que quieren recibir ese tipo de “amor” que él les ofrece. Sé que esto repugnará a varios padres que lean este escrito, pero es lo que dicen una y otra vez en todos los rincones del mundo y en todos los estamentos: no hacemos nada que ellos (los chicos) no quieran hacer. El pedófilo es así y nada ni nadie lo cambiará. Es por eso que nuestras energías deben estar puestas en la prevención. En educar a nuestros hijos que estos seres existen, y que están, enmascarados, haciéndose pasar por niños detrás del monitor con fotos falsas, o siendo maestros “cariñosos”, vecinos “amorosos” o cualquier otro disfraz que lo conecte con los chicos. Debemos saber con qué adultos se contactan nuestros hijos; si tienen cambios de conductas, si se muestran evasivos, temerosos o se aíslan, si comienzan a tener problemas escolares o se alejan de sus amigos. Dos peligrosos enemigos transitan junto a ellos, las drogas y los pedófilos. Y los antídotos a estos dos enemigos son la sana comunicación entre padres e hijos, la tolerancia a los vaivenes de la edad, y la receta infinita: el amor.

ABUSO SEXUAL INFANTIL. ETAPAS O FASES.

Abuso sexual infantil
De manera genérica, se considera abuso sexual infantil o pederastia a toda conducta en la que un menor es utilizadocomo objeto sexual por parte de otra persona con la que mantiene una relación de desigualdad, ya sea en cuanto a la edad, la madurez o el poder.3 Se trata de un problema universal que está presente, de una u otra manera, en todas las culturas y sociedades y que constituye un complejo fenómeno resultante de una combinación de factores individuales, familiares y sociales. [...] Supone una interferencia en el desarrollo evolutivo del niño y puede dejar unas secuelas que no siempre remiten con el paso del tiempo.

El abuso sexual constituye una experiencia traumática y es vivido por la víctima como un atentado contra su integridad física y psicológica, y no tanto contra su sexo, por lo que constituye una forma más de victimización en la infancia, con secuelas parcialmente similares a las generadas en casos de maltrato físico, abandono emocional, etc.
Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, el malestar puede continuar incluso en la edad adulta.
En su mayoría, los abusadores son varones (entre un 80 y un 95% de los casos) heterosexuales que utilizan la confianza y familiaridad, y el engaño y la sorpresa, como estrategias más frecuentes para someter a la víctima. La media de edad de la víctima ronda entre los 8 y 12 años (edades en las que se producen un tercio de todas las agresiones sexuales). El número de niñas que sufren abusos es entre 1,5 y 3 veces mayor que el de niños.

Los niños con mayor riesgo de ser objeto de abusos son:
  • aquellos que presentan una capacidad reducida para resistirse o para categorizar o identificar correctamente lo que están sufriendo, como es el caso de los niños que todavía no hablan y los que tienen retrasos del desarrollo y minusvalías físicas y psíquicas;
  • aquellos que forman parte de familias desorganizadas o reconstituidas, especialmente los que padecen falta de afecto que, inicialmente, pueden sentirse halagados con las atenciones del abusador;
  • aquellos en edad prepúber con claras muestras de desarrollo sexual;
  • aquellos que son, también, víctimas de maltrato.
Según un cálculo de las llamadas «cifras ocultas», entre el 5 y el 10% de los varones han sido objeto en su infancia de abusos sexuales y, de ellos, aproximadamente la mitad ha sufrido un único abuso.

Los abusos a menores de edad se dan en todas las clases sociales, ambientes culturales o razas. También, en todos los ámbitos sociales, aunque la mayor parte ocurre en el interior de los hogares y se presentan habitualmente en forma de tocamientos por parte del padre, los hermanos o el abuelo (las víctimas suelen ser, en este ámbito, mayoritariamente niñas). Si a estos se añaden personas que proceden del círculo de amistades del menor y distintos tipos de conocidos, el total constituye entre el 65-85% de los agresores.

Los agresores completamente desconocidos constituyen la cuarta parte de los casos y, normalmente, ejercen actos de exhibicionismo; sus víctimas son chicos y chicas con la misma frecuencia.

El 20-30% de los abusos sexuales a niños son cometidos por otros menores.
Es un acto considerado un delito por la legislación internacional y la mayoría de los países modernos, aunque no siempre haya una correspondencia entre el concepto psicológico y el jurídico del problema y no exista consenso sobre los procesamientos jurídicos de los abusadores.
Los testimonios de las personas que han sido objeto de abusos sexuales suelen ser ciertos. Respecto de los adultos, el síndrome de la «memoria falsa» suele ser poco frecuente debido a que se trata de sucesos que dejan una impronta muy relevante en la memoria. La American Psychological Association (Asociación Psicológica Estadounidense o APA) cuestiona la creencia en el supuesto síndrome de memoria implantada (no reconocido por el DSM IV) y declara en su informe oficial sobre el tema10 que no se debe considerar que los recuerdos de abuso sexual infantil que aparecen en la adultez sean falsas memorias implantadas (aun cuando no tengamos pruebas que nos permitan interpretarlos literalmente como verdades históricas) ya que existen pruebas para afirmar que los abusos sexuales padecidos durante la infancia son tan traumáticos que muchas veces suelen ser olvidados y en algunos casos emergen en la adultez.

En cuanto a los niños, solo un 7% de las denuncias resultan ser falsas. El porcentaje aumenta considerablemente cuando el niño está viviendo un proceso de divorcio conflictivo entre sus padres.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
Fases del abuso sexual

El abuso sexual de un menor es un proceso que consta generalmente de varias etapas o fases:Fase de seducción: el futuro abusador manipula la dependencia y la confianza del menor, y prepara el lugar y momento del abuso. Es en esta etapa donde se incita la participación del niño o adolescente por medio de regalos o juegos.Fase de interacción sexual abusiva: es un proceso gradual y progresivo, que puede incluir comportamientos exhibicionistas, voyeurismo, caricias con intenciones eróticas, masturbación, etc. En este momento ya se puede hablar de «abusos sexuales».Instauración del secreto: el abusador, generalmente por medio de amenazas, impone el silencio en el menor, a quien no le queda más remedio que adaptarse.Fase de divulgación: esta fase puede o no llegar (muchos abusos quedan por siempre en el silencio por cuestiones sociales), y, en el caso del incesto, implica una quiebra en el sistema familiar, hasta ese momento en equilibrio. Puede ser accidental o premeditada, esta última a causa del dolor causado a los niños pequeños o cuando llega la adolescencia del abusado.Fase represiva: generalmente, después de la divulgación, en el caso del incesto la familia busca desesperadamente un re equilibrio para mantener a cualquier precio la cohesión familiar, por lo que tiende a negar, a restarle importancia o a justificar el abuso, en un intento por seguir como si nada hubiese sucedido.

LAS VÍCTIMAS Y LOS AGRESORES.

Las víctimas
El principal problema que hay con los abusos sexuales a menores es que, tanto si se trata de un simple acoso como si hay penetración, no suele dejar pruebas física duraderas en los niños. Por otro lado, ni el agredido ni los agresores, unos por la edad y otros por su problema, suelen ser capaces de explicar con precisión lo que ha ocurrido. Además, la confirmación de los hechos es complicada porque no suele haber más testigos oculares que la víctima y el agresor, el cual suele negar la acusación.
La valoración psicológica de un caso de abusos se aborda, fundamentalmente, a través de la entrevista psicológica al menor y la observación. Básicamente, son dos los tipos de entrevistas que se programan con la víctima: por un lado, aquellas que están encaminadas a investigar lo que ha ocurrido, y por otro las que están orientadas a la intervención sobre el niño como víctima del abuso.
La consecuencia inmediata que se extrae de los primeros contactos con la víctima es si la intervención terapéutica es necesaria o conveniente, pues no todos los menores víctimas de abusos presentan síntomas psicopatológicos que obligan a un tratamiento. Normalmente, determinadas características individuales del menor y de su contexto sociofamiliar pueden ser suficientes como para proteger al menor del impacto negativo del abuso.
Se han señalado cuatro criterios básicos que sugieren una mayor urgencia de actuación en un caso de abuso:55 la convivencia del agresor con el niño tras el abuso; la actitud pasiva o de rechazo hacia el niño por parte de su familia; la gravedad del abuso; la ausencia de una supervisión del caso que pudiese evitar nuevos abusos.
Se han señalado, también, dos grandes fases, con sus correspondientes técnicas, en el proceso de intervención sobre una víctima de abusos sexuales:56 una primera fase educativa y una segunda específicamente terapéutica.
La fase educativa pretende que el menor comprenda tanto su propia sexualidad como la del agresor de una forma objetiva y adaptada a su nivel. Se trata de informar al menor y hacer que comprenda qué son los abusos sexuales y cómo prevenirlos. El objetivo es no solo garantizar su seguridad en el futuro sino, sobre todo, aumentar la autoestima en el menor confiriéndole mecanismos de control sobre los aspectos relativos a la sexualidad.
La fase terapéutica57 aborda la situación en que ha quedado el niño tras el abuso y pone en práctica determinadas técnicas para que pueda superar el trauma y evite recaídas en la edad adulta. Entre las técnicas que se pueden utilizar están:
  • el desahogo emocional del menor, con el objeto de romper el secreto y el correspondiente sentimiento de aislamiento, que en ocasiones puede llevar a que el niño cree sus propios y errados mecanismos de defensa;
  • la revaluación cognitiva, con el objeto de evitar la disociación o la negación de la experiencia, de forma que el niño reconozca que sus sentimientos son legítimos y normales tras una experiencia como la que ha vivido;
  • técnicas que permitan cambiar las alteraciones cognitivas, afectivas, sexuales y conductuales (habilidades sociales y asertividad; entrenamiento en relajación y control de la ira; autoexploración...).
  • terapias basada en el «juego dramático» (para crear con la imaginación situaciones y personajes que permitan al menor regresar al hecho perturbador pero desde una posición analítica, externa y controladora); los cuentos infantiles (para explicar y analizar los hechos metafóricamente); el dibujo (con una función diagnóstica y terapéutica, a la vez).                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  Los agresoresArtículo principal: Agresor sexual.
    Muchos estudios y experiencias forenses demuestran que solo unos pocos de estos agresores sexuales pueden ser diagnosticados como psicópatas sexuales —cuyo reto en la intervención sí que consideramos francamente complejo— y, por tanto, la posibilidad del tratamiento y la rehabilitación del resto de agresores sexuales se convierten en una realidad factible.58
    El abusador de niños es una persona razonablemente integrada en la sociedad, en cualquier caso siempre mucho más que un violador. Suelen carecer de historial delictivo. En consecuencia, su actitud habitual ante el problema es negarlo o minimizarlo, con el objeto de no ser identificado como tal por la sociedad, en la que el abuso sexual a menores genera un gran rechazo y es objeto de sanciones penales.
    El pederasta puede aprender a controlar su conducta, pero no la inclinación pedófila, la cual es causa de sufrimiento en una parte de los pederastas (conscientes de su proclividad a los abusos sexuales) pero no en todos. Por lo demás, no todos los pederastas son pedófilos, pues en muchos casos solo están usando a los niños como sustitutos de adultos a los que no pueden acceder para mantener relaciones sexuales con ellos.
    Se han señalado cuatro categorías principales de negación por parte de los abusadores sexuales, las cuales implican sendos tipos de dificultades a la hora del tratamiento:59
    • negación de los hechos: se trata de la categoría que implica la forma más difícil de tratar y superar el problema;
    • negación de conciencia: el abusador echa la culpa a distintos aspectos no controlables por él, como el alcohol, impulsos irrefrenables, etc.
    • negación de responsabilidades: el abusador atribuye la culpa a la víctima;
    • negación del impacto: el agresor acepta su responsabilidad, pero minimiza sus consecuencias.
    El tratamiento psicológico para los abusadores que aceptan someterse al mismo, y para el que deben haberse resuelto previamente esas formas de negación, es muy parecido al utilizado para adicciones como el alcohol se suele centrar en las siguientes líneas de actuación:60
    • la prevención de nuevos episodios de abuso;
    • la modificación de las ideas distorsionadas en relación con el abuso sexual;
    • la supresión o reducción de los impulsos sexuales inadecuados;
    • el aumento de la excitación heterosexual adecuada y de las habilidades sociales requeridas;
    • el entrenamiento en autocontrol y solución de problemas;
    • mejora de la autoestima;
    • las estrategias de prevención de recaídas.

lunes, 30 de marzo de 2015

102, la línea que escucha a los que no tienen voz.



NEUQUÉN (AN).- Gladis Ávila vuelve en el tiempo. Recuerda que esa mañana era como cualquier otra, pero una llamada la activó. Del otro lado de la línea la voz temblaba balbuceante. "La mujer estaba completamente borracha, decía que se iba a suicidar y que había dejado a su hijita con tres tipos". 
Continúa: "¿Qué hay que hacer en esos casos? Buscar la mejor estrategia para que no corte, sacarle todos los datos posibles y a la vez pensar en la forma de intervenir inmediatamente". Cientos de casos de ese tipo, y más graves, pasan por los consultorios del equipo de atención al maltrato y abuso sexual infantil que opera en el Castro Rendón desde hace 26 años. 
Son, en su mayoría, llamadas angustiantes que ingresan por la 102, la línea de ayuda que se instaló en 1999, única de su tipo en la provincia. Son las que desnudan la importancia del servicio. Por eso hay cierta inquietud en el lugar. Es que hace un par de semanas comenzó a rodar por los correos electrónicos un borrador que instaba a sacar la línea de allí, transformarla en provincial y ubicarla en las oficinas de Desarrollo Social.
Mónica Belli, pediatra y coordinadora del equipo, es optimista después de pasar días difíciles. Hace un rápido viaje retrospectivo y queda a las claras la relevancia de la línea como instrumento de ayuda para chicos en estado de indefensión.
Existe un dato sustancial: el incremento de las denuncias por maltrato o abuso contra niños de entre 5 y 12 años. Es la edad de la escolaridad, cuando los chicos salen de su casa, hablan, ingresan en la etapa madurativa, comienzan a perder los temores. 
"Al comenzar las estadísticas marcaban que casi todas las denuncias eran por casos de niños de 0 a 4 años (franja con mayor nivel de riesgo). Es decir, denunciaban familiares o vecinos. Eso cambió. Y la línea es fundamental porque las denuncias llegan desde la voz de los mismos chicos o desde la escuela. Son muchos los docentes que después de hablar con el niño llaman y nos comunican que ellos no quieren volver a sus hogares. O llaman desde la calle porque no pueden regresar", explica Belli. 
A partir de ese golpe de teléfono se pone en marcha un operativo de orden pediátrico, psicológico y social. Según datos del 2013, de 948 casos asistidos, casi un 60% de las víctimas y sus padres asistieron al "tratamiento socio-educativo y/o psicológico". De ese universo, un 64% se transformó en causa judicial.
Aclaran, Mónica y las seis profesionales que conforman el grupo multidisciplinario, que no hacen política ni toman la línea como un botín. Están de acuerdo con la puesta en marcha de una línea provincial que opere en todas las ciudades, pero que sea atendida en los hospitales o centros asistenciales. "Hay que estar debidamente capacitados para tratar con las víctimas o los denunciantes, para abordar casos tan complejos. Además, es información muy delicada la que se maneja en estos casos, y corre el secreto profesional, algo fundamental", remarca una de ellas.
En el 2014 el equipo de atención abordó 1088 casos de maltrato o abuso infantil, de los cuales el 41% (455) ingresaron por la línea en cuestión. De todos esos, casi la mitad fueron ataques a niños de entre 5 y 12 años.
El borrador que cuestionan hace hincapié casi estrictamente en el flagelo del abuso sexual. Ellas aclaran que el año pasado el 18% de los casos tuvieron que ver con presuntos abusos. En cambio, más del 40% de los niños atendidos llegaron a las salas del Castro Rendón con señales de agresiones físicas. "Sólo buscamos la salud física y mental de los niños", repiten.
http://www.rionegro.com.ar/diario/102-la-linea-que-escucha-a-los-que-no-tienen-voz-6871453-9574-nota.aspx

Una breve acotación sobre las pericias en temas de abuso sexualinfantil- Jorge Garaventa


Los psicólogos deberíamos reflexionar un poco más antes de embarcarnos en pericias sobre abuso sexual infantil.
Así como Freud aconsejaba que aquellos que sintieran cosquillas al abordar temas sexuales deberían pensar en dedicarse a otra cosa, los colegas que teman consecuencias judiciales sobre sus dichos y que adviertan que ese temor afecta las prácticas, podrían pensar que nuestra disciplina es tan amplia y generosa que ofrece las más amplias orientaciones y ejercicios, lejanos a los entrecruzamientos psi-jurídicos.
No se trata de afirmar lo que no se ve, pero si ser honestos con aquello que se observa, siguiendo la escala que recorre el continuum desde lo indiciario hasta lo contundente.
Bajando de la soberbia profesional, o de las misiones “divinas” que suponemos que portamos,la tarea de un psicólogo no es probar si el abuso sexual ha existido o no, ya que en ese caso estaríamos invadiendo funciones que claramente pertenecen a los Jueces, pero eso no nos exime de señalar con compromiso y claridad aquella sobservables que permitirán al magistrado resolver con más elementos en su escritorio.
Damos por sentado, eso sí, que quien acepta el cargo, previamente se ha preocupado por formarse en un tema que es absolutamente cruel con las improvisaciones.
Tal vez un ejemplo aclare un poco más nuestros dichos: una niña de tres años manifiesta en Cámara Gesell que su padre “le metía el dedo en la cola”. El desarrollo de la pericia no arrojó ningún indicio que permitiera dudar de los dichos de la niña.El informe oficial estableció que “si bien la niña relató que su padre le metía el dedo en la cola, no se puede afirmar ni negar la existencia del delito que se investiga ya que no aparecieron otros elementos en la entrevista que corroboren esa información”.
El mismo informe podría haber dicho que los dichos de la niña no se prestan a confusión en cuanto a lo que describen, que el desarrollo de la Cámara Gesell no aportó elementos que pudieran hacer dudar de la veracidad de su discurso, y que si bien no aparecieron otros elementos que permitieran reforzar lo planteado, no se puede dejar de decir que estamos ante un indicador altamente compatible con situaciones de abuso sexual infantil.
Es decir, no estamos planteando más de lo que vemos, pero tampoco menos, y estas controversias son moneda corriente en estos expedientes.
Han sido estas situaciones las que le han hecho decir al Dr. Carlos Rozanski que los psicólogos deberíamos ser más claros con lo que observamos en las entrevistas con niños.
Siempre decimos que no somos Jueces, ni Fiscales, ni Abogados, sino Psicólogos en función pericial, y es de la importancia de esta función de la que no podemos desentendernos.

Abuso Sexual Infantil: El cuerpo recobrado.


“En este cuerpo están los ríos sagrados; aquí están el sol y la luna, y los lugares de peregrinaje. No he encontrado otro templo tan bienaventurado como mi propio cuerpo”. – Saraha, monje hindú del siglo VIII
A veces la obviedad y simpleza nos prodigan la mejor respuesta en las situaciones más complejas y desafiantes.
Todos nosotros, grandes y niños, somos nuestros cuerpos; los habitamos, desde ahí crecemos, nos vinculamos, y ojalá nos maravillemos, la vida entera. Nacemos y llegamos al mundo ya en nuestro “hogar” primario e inseparable, de un modo semejante, aunque mucho más portentoso, al de otros seres (como los caracoles o las tortugas). ¿Cómo no querer que nuestro “hogar” sea un buen lugar: el más amable y mejor cuidado?
rainTodo lo que aprendemos, sentimos, imaginamos, realizamos, es posible desde y gracias a nuestros cuerpos y sus regalos: sus sentidos, órganos, funciones.
El cuerpo es la base inexorable y primaria que nos permite guiar a nuestros hijos mientras conocen y definen la métrica de sus preferencias, límites, cercanías, formas preferidas de relacionarse con los demás –sus pares y/o el mundo adulto- y consigo mismos (desde el juego autónomo, hasta las definiciones identitarias de la adolescencia y más allá). Su bienestar, su salud, su estado de gracia, comienzan y descansan en ese cuerpo que pide, a cambio de su dádiva, cuidado y autocuidado.
Cuando la frontera entre amparo y desamparo se diluye y ya no es claro dónde y con quién se está a salvo, y con quién no, el cuerpo es también el primero en registrarlo.
En situaciones de malestar emocional, o en el extremo de las experiencias de abuso sexual, bien pueden los niños pequeños no ser capaces de decir siquiera “me pasa algo, no me siento bien”, y mucho menos verbalizar algo que está lejos de sus posibilidades de comprensión. Pero el cuerpo habla por ellos.
Es así que muchos pequeños mencionarán, muchas veces como al pasar y en la misma tonalidad de un relato sobre paseos a la verdulería o salidas a la plaza, situaciones de trasgresión que solo los adultos –cuando escuchamos- seremos capaces de identificar, o de llevarnos a la pregunta al menos, de si no se tratará de un abuso. En estos casos, más allá de las palabras y relato del niño, el cuerpo será la “voz” y los síntomas vendrán en el idioma de la biología tensionada, o ciertos hábitos, y conductas muy alejadas de su ritmo habitual.
Luego de la develación y confirmación de un diagnóstico de abuso sexual, se abre, inexorable y necesariamente, el tiempo y territorio de la reparación. Ya es reparador, para comenzar, haber acogido al niño durante la develación, escucharlo (y con apoyo de los especialistas correspondientes, realizar el diagnóstico), y de inmediato asegurar una situación protegida (lejos de la persona responsable del abuso). Pero además, en el tiempo que sigue, será necesario contar con un proceso de contención/reparación que, sobre todo, ayude a “normalizar” (ritmos biológicos, el sueño, el apetito, asistencia al jardín, al colegio, por mencionar algunos ejemplos), y permitir el retorno y continuidad de la infancia, que es la etapa y recorrido que corresponde por derecho. En este proceso, realizado comúnmente vía terapia tradicional, la figura del psicólogo es central y básica -tal cual la familia que acompaña- en la restitución del suelo del cuidado (luego del abuso con su mensaje opuesto: de fracaso en el cuidado, de no-amparo).
Ahora, si bien la psicoterapia es de tremenda ayuda, me gustaría insistir sobre la necesidad de incorporar la imprescindible dimensión corporal en el abordaje terapéutico del abuso sexual y maltrato físico sufrido por niños y adolescentes.
Aunque las conversaciones de especialistas en la materia se centren fundamentalmente en los aspectos psicológicos, emocionales y sociales del daño ligado al trauma del ASI (y aunque la psicoterapia se desarrolle fundamentalmente desde la esfera cognitiva-conductual), no podemos olvidar el cuerpo. Este es el lugar donde no solamente se experimentó la vulneración, sino donde además quedó su registro, memoria e impronta traumática. Y también, maravillosamente, su posibilidad de servir como herramienta principal de sanación (ref. M. Stupiggia, M. Weltman)
La sensatez sería suficiente para proponer que cualquier esfuerzo de sanación en materia de abuso sexual y maltrato físico, contemple de modo irrecusable la dimensión del cuerpo. De hecho, ya en la década de los 50, el trabajo vanguardista de Marian Chace comprobó que la inclusión de técnicas de danza y movimiento resultaron determinantes en la recuperación de soldados traumatizados por la II Guerra.
No obstante, y por increíble que parezca, ha tomado décadas  lograr justificar –con un aporte sustantivo de la neurociencia, menos mal- y conferir amplio reconocimiento al uso de la danza, junto a otras “terapias creativas”, como necesaria en el abordaje de diversos problemas de salud, y sobre todo en la recuperación de traumas graves. Entre ellos, el abuso sexual sobre niños y también sobre mujeres se han mostrado especialmente receptivos al impacto favorable de la terapia de danza/movimiento (Dance/Movement Therapy, DMT).
La DMT en sobrevivientes de abuso sexual (y doy fe de ello, en lo personal y en lo profesional), se ha observado como un factor clave en el trabajo sobre fenómenos disociativos, síntomas de estrés post traumático, la recuperación de un sentido de propiedad y conexión consigo, de familiaridad y eficacia con el propio cuerpo (ref: Bessel van der Kolk), mejora en la autoestima, una forma de re-aprender y definir límites y de recobrar un sentido de integridad (y la recuperación paulatina de confianza) no solo con compañeros de danza, sino también en otros entornos (colegio, grupo de pares, incluso la propia familia) donde a la identidad de “víctima”, se suma y muchas veces superpone, la identidad de “artista” o creador.
Gracias a la DMT se potencian las posibilidades de resignificar la experiencia de abuso hacia el futuro –pensando en los más pequeños, especialmente-; y el cuerpo, antes objeto de daño y vulneración, pasa a ser concebido como un agente de belleza, posibilidades y fortaleza (ref: M. Chace, Sharon Chaiklin, Marsha Weltman, G.E. Valentine, Cristina Deveraux, D. Finkelhor). Asimismo, la DMT provee a las víctimas con una herramienta o recurso que puede ser útil no solo inmediatamente después de vivido el trauma, sino también durante otras etapas del proceso de sanación y del ciclo de vida (donde nuevas tareas o tránsitos pueden ser demandantes de nuevos ajustes para integrar síntomas y/o huellas de la experiencia abusiva traumática).
El arte tiene para los niños una larga lista de beneficios: en su bienestar general, desempeño escolar y desarrollo en otras esferas. No debería ser distinto en procesos más complejos. Más aún tomando en cuenta que la maduración en la infancia toma tiempo, que los progresos cognitivos y lingüísticos tienen su cadencia, y que los niños –e inclusive los adolescentes- no siempre contarán con los repertorios suficientes para expresar verbalmente sus emociones de modo preciso, durante la terapia de abuso. De ahí que todas las las artes (es relevante el trabajo realizado en teatro con drama, y muy especialmente con improvisación comedial), la danza y el movimiento sean de enorme ayuda y utilidad en proveer de una voz o idioma alternativo que, según un gran número de estudios, reduce el estrés y/o dolor del paciente (al evitar la verbalización a veces reiterativa de la experiencia traumática), a la vez que aporta a la sensación de integridad y sanación, acortando muchas veces, los tiempos de psicoterapia.
Un dato importante: una vez finalizado un ciclo de 6 meses a un año de trabajo corporal en sesiones de 90 minutos, una a dos veces por semana, pueden observarse (ref: Cheryl Lanktree y John Briere; D. Finkelhor) hasta 12 meses adicionales de mejoría de síntomas, ya sin apoyo de la DMT. Para los niños y niñas de hasta 8 años, de hecho, se señala que la terapia corporal de danza/movimiento por sí sola, o en combinación con la psicoterapia “tradicional” (que es clave en la restitución de una base ética de cuidado del mundo adulto hacia el niño) tiene mucho mayor impacto que la psicoterapia (como única intervención) en la normalización de los niños (su “regreso” al mundo, a la confianza, solidaridad y pertenencia con sus semejantes) y en la sanación no solo emocional, sino física, material, de áreas de cerebro afectadas por el trauma (ref: G.E. Valentine, D.C Baraero-Sharma, S. Chaiklin).
Es importante señalar que el componente grupal de la danza (que también puede trabajarse en sesiones individuales, adicionales y paralelas a las sesiones grupales) y el componente individual de la psicoterapia son, juntos, un acelerador tanto de los procesos de integración y resignificación de la experiencia traumática, como de la sanación en un sentido integral (Finkelhor, Valentine).
Quisiera ahora detenerme en el hecho de que, por una parte, siguen siendo las niñas y las mujeres quienes más viven experiencias de vulneración sexual (y física en general), y por otro, el tremendo impacto que tiene la danza clásica en la sanación del abuso.
En la intersección de estas realidades, mi propia biografía (y el hecho de no haber recibido terapia de abuso cuando niña, pero sí de haber bailado ballet muchos años) y, de adulta, mi práctica profesional en EEUU y Chile, con niñas, y/o con sus familias, sugiriendo siempre que, a la psicoterapia, se sumara ojalá la instrucción y práctica del ballet (o bien de otros tipos de danza, gymnastics, o disciplinas orientales, según características de cada niña y disponibilidad en su lugar de residencia). Los resultados, excelentes.
Adicionalmente, en casos donde el comienzo de la psicoterapia se encuentra condicionado a los tiempos del proceso judicial, realizar un trabajo corporal paralelo, ya responde al imperativo de sanación (que no debería estar sujeto a procesos que pueden ser inmensamente prolongados y frustrantes) y comienza a movilizar energías, sin desacatar los requerimientos de la ley.
Dejar a los niños detenidos, o a las familias con sensación de tiempo suspendido y de no poder concurrir plenamente en el cuidado y reparación de sus hijos, no es bueno para nadie. La justicia debería tomar mucha atención sobre esto, y actuar con cuidado ético en relación a niños víctimas y sus familias. Por lo pronto, creo que el trabajo corporal, en este sentido, prodiga un camino viable y benéfico para todos. Y si no es posible realizar cursos –por su valor, o porque aun gratuitos, sea difícil acceder a ellos o incluirlos en agenda familiares a veces ya sobre exigidas- se puede considerar bailar en la casa, hacer ejercicios de respiración, salir a caminar o correr, todo esto a diario (los 7 días de la semana), como una rutina de ojalá al menos una hora. Fuera de ayudar a la reparación del niño o la niña, puede ser una hermosa instancia familiar, y colateralmente, ayudar a los adultos –que también sufren y están pasándolo mal en estos tránsitos- a aliviar tensiones. Necesitamos compartir e insistir en estos recursos de sanación
Volviendo al valor de las técnicas corporales, quiero recalcar que a nivel de reducción de síntomas en el corto/mediano plazo, integración de la experiencia traumática y la relación con el cuerpo (durante el resto del ciclo vital), el ballet se perfila como una de las mejores estrategias de DMT para facilitar la sanación al menos para las niñas, y por cierto que  también puede ser válido para los niños, pero es importante considerar estereotipos y prejuicios sociales, asociados a lo “masculino”, propios de cada país y cultura. La idea es que la dimensión corporal de la terapia sea un espacio positivo, que no agregue peso por tener que estar dando explicaciones -¿por qué el niñO estudia ballet?- y/o exponiéndose a  estreses (ni para el niño, ni para su familia, lo que igualmente incide en el niño).
Pensando en las niñas, considerar que entre las muchas ventajas del ballet encontramos: el trabajo postural (como un eje para situarse en el cuerpo y reconocer/focalizar emociones, pasadas o presentes), la estructura (control y autogobierno, límites), la concentración y coordinación (con un impacto favorable en desempeños cognitivos, y en la modulación de la hipervigilancia y estrés asociados al trauma), su estética (que facilita reconciliación con lo femenino y su corporalidad, ref. Chaikilin) y sus movimientos muy delicados, tanto como fuertes y precisos. En CHile, el primer programa de terapia abuso sexual- ballet  para niñas (Adagios, iniciado en la V Región, año 2011-12, apoyado por Sename), es tremendamente auspicioso en sus resultados y solo cabe desear su continuidad y expansión a otras regiones (contacto: adagios.terapia@gmail.com, psicóloga Evelyne Zuñiga) .
No quiero ni por un momento subestimar el aporte que otras formas de terapia corporal, de danza/movimiento (el jazzdance, muy cercano al ballet en beneficios, así como las danzas folklóricas, y prácticas como el yoga), mediante las artes (musicoterapia, plástica, escritura, teatro), y el deporte, puedan tener para la reparación en abuso infantil sexual/físico de niños y adolescentes. Y siempre-siempre en los calendarios infantiles: jugar y jugar libremente.
Para distintos niños y/o grupos de niños, puede haber diversas alternativas y ojalá todas pudieran ser tomadas en consideración al momento de establecer alianzas en abordajes terapéuticos más eficaces para enfrentar el abuso. Lo importante de destacar es que no solo los símbolos, percepciones o metáforas en relación al cuerpo deben ser consideradas en la terapia de abuso, sino también y por encima de todo, el cuerpo que experimentó directamente el trauma: un cuerpo real, vivo, que necesita continuar su movimiento hacia todo lo bueno y amable que le espera en la vida.
Por último, aunque quizás ameritara un desarrollo aparte, detenernos un momento en el cuerpo de los prójimos, de los otros que acompañan a los niños en procesos de reparación. Primero, la persona del o la terapeuta: del niño, de la familia y/o de la pareja de padres (o de cada uno por separado, y me refiero a padres y madres que no fueron responsables del abuso, por cierto).
El o la terapeuta son también, aunque suene obvio, un cuerpo vivo, con todas las imágenes, mensajes y sensaciones que pueda reflejar a los niños o los adultos con quienes se vincula. Es una responsabilidad nuestra, estar bien (de salud, estado físico y también, no es un detalle, nuestra presentación personal), y ser capaces de proyectar confianza en nuestra capacidad de contener, de cuidar (la terapia, finalmente, es un mensaje de “desacato” al fracaso o trasgresión del cuidado, implícito en el abuso, para poder regresar a la infancia nuevamente, es la meta, bien amparada y alentada).
Pero no solo nuestros cuerpos deben estar bien sintonizados con el cuidado (y el autocuidado, de forma coherente), sino ojalá pudiesen asimismo comunicar un sentimiento cómodo y agradecido, en tanto habitamos nuestros cuerpos (no importa si más viejos o jóvenes, esbeltos o sedentarios, pero confortables y seguros en ellos), cuidadosos de nuestros mensajes explícitos sobre lo corporal (aquí la urdimbre y elección de palabras empoderantes o bellas, es clave), y también, aunque parezca una sutileza -y no lo es-, conectados con lo humano, imperfecto y/o feliz de nuestras sexualidades. Me cuesta pensar que yo misma, como paciente en la terapia de abuso, hubiese podido avanzar mucho con un terapeuta separado de su afecto, conflictuado con su cuerpo o con su imagen frente al espejo (sintiéndose muy bajo, muy alto, desproporcionado, viejo, etc), o cargado de prejuicios y prescripciones morales sobre la experiencia humana de la sexualidad. Afortunadamente, tuve un terapeuta cuyo mayor regalo era una coherencia a todo evento.
Desde otro ángulo, compartir también y es útil, que desde mi lugar como acompañante en la terapia de niños o familias,  mi propia coherencia fue un desafío en tiempos donde todavía lo corporal y lo sexual eran tareas incompletas para mí (y siempre están en construcción, es cierto, pero me refiero a lo incompleto desde algo que era todavía susceptible de miedos y fríos). Pero sí hubo un compromiso siempre de equilibrar desde otros lugares, como por ejemplo la danza, la actividad física, y la lectura de decenas de textos hermosos, creativos y esperanzadores donde podía apoyarme para hacer la mejor entrega a los pacientes, y de paso, en ese tránsito, ganar muchas lecciones valiosas para mi propio recorrido, que hoy, más madura, puedo tasar y agradecer.
No siempre estaremos bien o cómodos en nuestra propia piel, o en nuestros vínculos corporales (con el propio cuerpo o en la relación con los demás). Somos solo humanos. Pero la proposición es a  mantener la mirada muy atenta sobre nuestra dimensión corporal, cuando trabajamos en procesos tan delicados como la terapia de abuso. Esto enriquece nuestra entrega para la sanación de los niños (y sus futuras vidas de jóvenes/adultos en otra dimensión de su sexualidad). Y también con los adultos: por supuesto los sobrevivientes de abuso (que enfrentan, en un gran número de casos, desafíos importantes en el área de la autoimagen corporal y/o la sexualidad, y para quienes se recomienda, de modo continuo, la actividad física). Pero en esta ocasión querría detenerme en los adultos que acompañan a los niños durante la reparación. Especialmente las madres y los padres.
Un nivel es lo verbal, y lo que las familias son capaces de continuar integrando en sus conversaciones y relatos, sobre temas relativos a información/orientación sexual (como parte del acompañamiento de los hijos en sus distintas etapas de desarrollo), y esto ya propone un desafío. Pero el desafío se hace más vasto cuando tomamos en cuenta la dimensión corporal, y sus lenguajes, todo lo que desde ahí se comunica, los mensajes que desde ahí -sin palabras, pero con fuerza igualmente- se comparten. Todo lo que en un nivel sutil de la experiencia, pero no por ello menos influyente, reciben y perciben los niños en procesos de reparación.
Tanto en casos de abuso sexual infantil, como de asaltos sexuales y violaciones de adolescentes, no es inesperado que los cuerpos de sus padres (los cuerpos que gestaron a esas niñas) reciban parte de la embestida, no solo en el inmenso duelo ante lo vivido por sus hijas, sino en la contracción del propio cuerpo y de la relación con el cuerpo de la pareja.
“Hasta que ella no esté bien, mi cuerpo está congelado, me cuesta recordar que existe”, palabras inolvidables de una mamá cuya hija fue violada (un caso que vi en EEUU). No fue sino hasta ver a su hija normalizarse, volver a vestirse (luego de meses en buzo y ropas anchas), comer, ir contenta al colegio, y comenzar a salir con un buen muchacho, que la mamá pudo retomar sus ritmos –alimentación, sueño, ejercicio- y volver a acercarse al papá que, todo ese tiempo, esperó y contuvo a su mujer (que a su vez hacía de contenedora de la hija, reticente a mucha cercanía con nadie del género masculino, incluido el padre).
En muchos casos con niños pequeños, también la sexualidad de la pareja es de las primeras áreas resentidas, no solo por estreses y depresiones de los padres ante la situación de abuso sexual de los hijos (y la exigencia adicional de procesos judiciales), sino por un sentimiento de culpa o rechazo muy específico en relación a la pulsión sexual, el deseo, o la sencilla expresión de afecto físico.
Aquí hay un trabajo inmenso y hermoso que podemos realizar quienes acompañamos la terapia: no solo favoreciendo la integración de la experiencia para los padres y activando sus recursos para acompañar mejor a sus hijos, sino logrando transmitirles que, por comprensible y esperable que sea, la detención del flujo normal de afectos y de su libido, tensiona el tejido o los espejos donde niños, niñas y adolescentes reconocen –aun inconscientemente- sus cuerpos y las posibilidades reparadoras y vitales (no destructivas) que estos entrañan.
Esto es clave después de una experiencia de abuso: que el cuerpo no termine teñido de terrores, culpas, y la casi certeza de nuevos daños, o su peligro inminente, sino que recobre su conexión con lo vital, la ternura, y en el caso de los adolescentes, sus primeras entradas en el vínculo romántico y/o sexual con sus pares. Cualquier esfuerzo y progreso de los padres y madres en el área de su corporalidad y sexualidad, puede aportar al proceso de sanación de sus hijas e hijos en el mismo sentido.
Gracias por concurrir en estas lecturas.
Fuente: Vinka Jackson

Características de los abusadores sexuales.


Tomando en cuenta que los abusadores sexuales no constituyen un grupo homogéneo se ha intentado clasificar a los abusadores en distintos tipos, de manera de orientar el trabajo clínico. Los datos que dieron origen a las distintas clasificaciones no resultaron confiables, ya que, provenían de los mismos abusadores, quienes son manipuladores y con tendencias a utilizar la negación, proyección, racionalización, minimización y parcialización como mecanismos de defensa. Entonces, casilleros que resultaban tan tranquilizadores se fueron desdibujando. A modo de ejemplo, los estudios han demostrado que una persona que ha cometido abusos intrafamiliares, también puede haber cometido abusos extrafamiliares y, por otro lado, un pedófilo, también puede sentir atracción por adultos y tener una relación de pareja estable. De todas formas nos parece interesante mencionar algunos de los intentos de clasificación de los abusadores sexuales.
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Según las inclinaciones sexuales de los abusadores se clasifican en:
  • Abusadores extrafamiliares o pedófilos:Sus impulsos, intereses y fantasías sexuales están centrados en niños y/o niñas. No manifiestan haber tenido relaciones sexuales adultas exitosas y son más bien solitarios. Pueden ser generosos y estar muy atentos a todas las necesidades del niño que no estén relacionadas  con la victimización sexual, de manera de lograr ganar su cariño, interés y lealtad y asegurar así que la víctima mantenga el secreto. Un solo pedófilo puede cometer cientos de abusos sexuales.
  • Abusadores intrafamiliares, endogámicos o incestuosos: Dirigen sus intereses sexuales preferentemente hacia las niñas de sus familias. Se encuentran mejor integrados a la sociedad y pueden lograr mantener una fachada intachable.


Según la exclusividad de la atracción por niños pueden ser:
  • Pedófilos exclusivos: Individuos atraídos sexualmente solamente por niños.
  • Pedófilos no exclusivos: Individuos atraídos sexualmente por adultos y niños.

Según el sexo de las víctimas:
  • Con atracción sexual por las mujeres.
  • Con atracción sexual por ambos sexos.


Según la edad de las víctimas se pueden subdividir en:
  • Abusadores pedófilos propiamente dichos: Eligen niños prepúberes, sin hacer distinción en cuanto al género. Presentan importantes rasgos de inmadurez e inadecuación.
  • Abusadores hebefílicos: Prefieren púberes o adolescentes y tienen mejor adaptación social.
  • Abusadores de adultos: El abuso sexual se acompaña de violencia física y psicológica.

Según el estilo de la conducta abusiva se clasifican en:
  • Abusadores regresivos: Estos adultos presentan un desarrollo normal de su sexualidad, es decir, llegan a la edad adulta con la capacidad de sentir atracción sexual por adultos del sexo opuesto o de su mismo sexo. La necesidad de seducir y de abusar sexualmente de los niños se produce por deterioro de sus relaciones, ya sea conyugales o experiencias traumáticas y/o un momento  de crisis existencial. En general el abuso es intrafamiliar.
  • Abusadores obsesivos o pedófilos o fijados: Hombres o mujeres que abusan de varios niños, presentando una compulsión crónica y repetitiva a hacerlo. Están casi siempre implicados en situaciones de abuso sexual extrafamiliar. La relación abusiva les da la ilusión de amar y ser amado por alguien poco exigente y extremadamente gratificante.

Barudy construye una tipología basándose en conceptos de Bowen y Stierlin: (6) Bowen refiere que toda persona, para alcanzar su madurez, debe diferenciarse emocionalmente de sus padres y de las fuerzas emocionales que lo condicionaron en su infancia y adolescencia. Es así como los individuos más indiferenciados están más implicados en las dinámicas familiares del pasado. Para Stierlin el concepto de individuación integrada se refiere a la formación de fronteras psicológicas “semipermeables”, que permiten a cada sujeto un sentimiento de “sí mismo”, al mismo tiempo que le permiten participar en relaciones con los demás sin perder el sentimiento de unicidad. Entonces define como individuos subindividuados a los que tienen poca vivencia de sí mismos y una gran dependencia de los demás y, como individuos sobreindividuados, a los sujetos fundamentalmente egocéntricos, con una incapacidad fundamental a tomar en cuenta a lo demás.
Entonces, para Barudy existirían los siguientes tipos de abusadores:
  • Abusadores subindividuados totalmente indiferenciados: El otro es percibido como una prolongación de sí mismo. Sus abusos sexuales son habitualmente de tipo intrafamiliar. El incesto permite al abusador mantener de manera simbólica su yo fusionado y fusionante.
  • Abusadores subindividuados con una diferenciación débil: Los abusos sexuales son parte de estrategias de supervivencia para compensar carencias del pasado. Pueden cometer abuso intra o extrafamiliar y homo o heterosexual.
  • Abusadores subindividuados con una diferenciación moderada: En momentos de crisis, que los confrontan a la angustia de perder sus fuentes de afecto y reconocimiento, pueden abusar de sus hijos. Este grupo corresponde al de los abusadores regresivos.
  •  Abusadores sobreindividuados indiferenciados: Presentan una tendencia a aislarse socialmente. El abuso es mayoritariamente intrafamiliar y su finalidad parece ser la de protegerse de la angustia persecutoria de la relación con su padre al proyectar el mal sobre los hijos y/o de reencontrar en la relación abusiva incestuosa,el vínculo tranquilizador de la relación con su madre.
  • Abusadores individuados con una diferenciación moderada: Crecieron en un ambiente de violencia y rechazo del padre y de sobreprotección de la madre. Construyeron una imagen de sí mismos de derechos omnipotentes sin respetar los derechos de los demás.
  • Abusadores sobreindividuados con escasa diferenciación: Su padre es un sujeto pasivo y la relación con la madre es fusional. Tienen una vivencia profundamente egocéntrica, donde lo único que cuenta es su propia excitación sexual. Este grupo corresponde al de los abusadores obsesivos o pedófilos.
  • Abusadores sobreindividuados con una diferenciación moderada: Carecen de empatía y su funcionamiento es habitualmente psicopático, en donde los abusos sexuales son uno de los tantos delitos que cometen.

Barret y Trepper, describieron cinco tipos de hombres abusadores:
  • Hombres preocupados por el sexo: Tenían una obsesión por el sexo de los hijos.
  • Adolescentes” regresivos: El desarrollo sexual de sus hijos más el uso de alcohol, eran un gatillante para cometer el abuso.
  •  Autogratificadores instrumentales: No son atraídos por su hijo, pero lo usan fantaseando acerca de otras mujeres.
  • Emocionalmente dependientes: Buscan a sus hijas como afirmación y soporte.
  • Con relaciones rabiosas: relaciones desarrolladas con violencia física.

Según los estilos abusivos de las mujeres abusadoras, Mathews propone la siguiente clasificación:
  • Abusadora maestra/amante: No considera abusivo su comportamiento y considera al adolescente como una pareja adecuada.
  • Abusadora predispuesta/intergeneracional: Suele actuar sola y abusar de niños de su propia familia. La mayoría ha sido víctima de abuso en la infancia.
  • Abusadora coercionada por un varón: Acepta participar en el abuso de niños propuesto por un hombre del que se siente amenazada.

GÉNERO

Las investigaciones que se han realizado al respecto, mencionan que entre un 90 a 95% de los abusos sexuales son realizados por hombres. Según las investigaciones de Finkelhor y Russell, el 5% de las niñas y el 20% de los niños son abusados por mujeres. Las mujeres son igualmente responsables que los hombres en lo que respecta a golpes, malos tratos u otros tipos de violencia contra niños y niñas. Hasta muy recientemente no habían sido vistas como abusadoras sexuales excepto en circunstancias muy inusuales y considerándolas seriamente perturbadas. Actualmente las investigaciones sugieren que los abusos sexuales e incluso el incesto cometido por mujeres podrían ser más comunes de lo que se ha creído. La menor frecuencia de identificación de las abusadoras sexuales puede deberse ha distintas razones. Las mujeres pueden enmascarar los contactos sexualmente inapropiados a través de actividades tales como bañar, vestir o dormir con el hijo.
Las ofensas sexuales de las mujeres son más incestuosas en su naturaleza y los niños son más reacios a abrir el abuso cuando el ofensor es alguien de quien dependen física y emocionalmente. Además, en el caso de los varones que han sido víctimas, son más reacios a contarlo, influidos por estereotipos de masculinidad. Por otra parte, en general, estamos mucho menos alerta para sospechar e investigar un abuso sexual cometido por una mujer. Cuando un niño refiere que ha sido víctima de abuso sexual por parte de una mujer, lo primero que se tiende a pensar es en una mal interpretación de los cuidados suministrados o, en el caso de un adulto que fue víctima en su infancia, creer que sus recuerdos corresponden a fantasías incestuosas.
Algunos estudios han encontrado que las mujeres abusadoras sexuales con alta frecuencia han sido o están siendo víctimas de maltrato, incluyendo el abuso sexual. Se las ha descrito como solas, con problemas emocionales y, con muy baja frecuencia, psicóticas. Ellas suelen conocer a las víctimas, tienden a utilizar con menos frecuencia la violencia y a amenazar menos para que se mantenga el secreto. En el caso de incesto cometido por mujeres se ha postulado una base en una relación simbiótica con el hijo, dificultando su diferenciación).

ABUSADORES SEXUALES ADOLESCENTES

Hasta la década de los 80, los abusadores sexuales adolescentes no habían sido tomados en cuenta seriamente por los estudiosos del tema. Su comportamiento, a menudo fue explicado como experimentación normal o curiosidad propia de su desarrollo. Actualmente, ha aumentado considerablemente la preocupación por conocer las características individuales de estos abusadores y sus ofensas.
Reportes criminales y encuestas en Estados Unidos han determinado que los adolescentes son responsables de aproximadamente 20% de las violaciones y entre el 30 al 50% de los casos de abuso sexual infantil. Hay una subestimación del número de abusadores sexuales adolescentes, debido al alto número de violaciones e incidentes de abuso sexual infantil que permanece no reportado. Por otro lado otros estudios sobre abusadores sexuales adultos muestran que cerca de la mitad de los abusadores adultos reportan que su primera ofensa sexual ocurrió cuando era un adolescente y, a menudo las ofensas fueron escalando en frecuencia y severidad. La mayoría de los estudios son descriptivos y limitados por ser muestras muy pequeñas. Algunos de estos estudios muestran que los adolescentes varones con antecedentes de haber sido abusados sexualmente presentan un mayor riesgo de ejercer estas conductas hacia otros niños. Otras circunstancias relacionadas son la violencia familiar, consumo de alcohol y drogas, pertenencia a una pandilla y altos niveles de comportamiento suicida. La agresión sexual en los adolescentes se puede prevenir detectando a tiempo factores de riesgo como los nombrados y favoreciendo factores protectores como vínculos seguros, redes de apoyo, buen rendimiento académico entre otros.

Resumen del estudio

Una amplia discusión existe en torno a los abusadores sexuales, especialmente en relación a lograr establecer un perfil que permita reconocerlos fácilmente para de esa manera actuar en la prevención del abuso sexual. El objetivo de la presente revisión es dar una visión general de las características de los abusadores sexuales y revisar brevemente las diferentes teorías que se han desarrollado en torno al abuso sexual, modelos teóricos que podrían explicar el abuso sexual infantil.
También se revisan los diferentes tratamientos que se han aplicado a los abusadores sexuales para impedir que éstos reincidan en el abuso sexual.

Llueve sobre mojado.


La Argentina ocupa el 3º lugar mundial escoltando a Irak y Sri Lanka en número de desaparecidos desde 1980 (ONU). Diariamente desaparecen 4 argentinos de los cuales 3 son menores de edad. El Registro Nacional de Información de Personas Menores Extraviadas del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos revela la existencia de 20.287 casos desde 2003, derivados del aumento de las actividades de trata que constituyen la 3º actividad ilegal del mundo, afectando a 1,8 millones de infantes. 
El fracaso de las actuaciones gubernamentales relacionadas con la minoridad, está generando categóricas condenas, como la de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por el trato dado a los menores en conflicto con la ley, donde se sigue aplicando la legislación de la dictadura militar.
Las tasas argentinas de femicidio y abuso sexual infantil convergen desde 2013 hacia un crecimiento acumulativo del 15% anual, Rio Negro supera en más del 50% esos promedios. También crece número jóvenes de muertos por causas violentos en las cárceles donde el consumo de drogas y la tortura son tan generalizados como sistemáticos. Con 12 jóvenes rionegrinos “suicidados” en Comisarías en los últimos cinco años, la provincia ya alcanza el 8º lugar en casos de “gatillo fácil” y “excesos policiales” del país. En lo que va de 2015 el número de asesinatos en Viedma se ha duplicado y ocupamos los titulares nacionales por escándalos de explotación sexual infantil donde se imputa a camaristas y personajes de alta visibilidad social.
La escandalosa situación de los Derechos Humanos en nuestra provincia padece una sigilosa gestión incapaz de brindar respuestas idóneas para detener y revertir el creciente tráfico de seres humanos. Las políticas públicas generadas para los menores que constituyen el 31% de la población rionegrina se han limitado a incluir a los mayores de 16 años en la clientela electoral, mientras la deserción escolar en el ciclo secundario ocupa el 3º lugar del país y la incidencia de venéreas y embarazo adolescente arrojan los peores registros de la Patagonia.
Las principales fuentes de denuncias de abuso sexual infantil son los familiares directos, fundamentalmente la madre, (34%), la sospecha de un profesional, principalmente el médico (27%), los servicios sociales (19%), el juzgado (11%), la policía (7,3%). Las causas de descubrimiento son los relatos de los niños (50%), indicios físicos (17%), anomalías en el comportamiento (14%), indicios sociales (11%), detección de “ambiente de abuso” (6%) y el resto de los casos por descubrimiento durante el mismo acto. Sin embargo, los “arreglos” determinan que menos del 5% de las denuncias ante los Servicios Sociales terminen en Juicios y un porcentaje aún menor en condenas, particularmente cuando no hay familiares directos que las patrocinen.
 
La explotación sexual de menores abastece a los sistemas prostibularios de trata de personas, al turismo sexual, la pornografía infantil, la venta de niños y de órganos, etc. También los servicios de información e inteligencia siguiendo el ejemplo de la SIDE nacional, arman dispositivos extorsivos para chantajear a los depravados, o poner a su disposición menores brindando cobertura a sus perversiones. Esas "carpetas" permiten condicionar las decisiones de esos funcionarios y empresarios corruptos, que constituyen una parte sustancial de la dirigencia berlusconiana que padecemos.
 
La vulnerabilidad de los menores es inasumible, la Argentina ostenta los peores registros de empleo juvenil de Latinoamérica, sin que los planes sociales implementados como paliativos logren evitar el continuo crecimiento de la pobreza y la indigencia, particularmente intensa en las Mujeres Jóvenes Pobres y con menores a cargo. Estas situaciones resultan determinantes si consideramos que más del 70% de quienes ejercen la prostitución la abandonarían si tuviera medios económicos o un trabajo digno (ACLAD). Evolucionar hacia una sociedad menos riesgosa y más inclusiva requerirá mejorar los resultados educativos y su vinculación con las oportunidades de trabajo juvenil honesto.
 
Presionados, vulnerables y asustados, los menores abusados suelen seguir según estudios de la Sociedad Pediátrica Argentina 5 fases arquetípicas: 1) secretismo; 2) indefensión; 3) entrampamiento y acomodación; 4) revelaciones retrasadas y escasamente convincentes; y 5) retractación posterior de testimonios sobre el abuso revelado, lo que hace imprescindible trabajar sobre los indicadores asociados y realizar peritajes idóneos y certeros.
 
El sistema vigente en Río Negro ha demostrado no poder garantizar siquiera la confidencialidad de las actuaciones o los contenidos de las declaraciones de las víctimas en la Cámara Gessell. El Ministerio de Desarrollo Social ha sido intimado 8 veces sin éxito por el Poder Judicial para que brinde informes concretos. La defensora de menores hace 2 años promovió amparo aceptado esta semana por el Superior Tribunal de Justicia por la desesperante situación de más de dos centenares de menores en tres ciudades rionegrinas Los municipios reclaman fondos del área social, adeudados durante años. Es tal la profundidad de la crisis que podría abundarse en los ejemplos de forma indefinida. 
 
No hay nada más lejos de la justicia que la violencia. En Rio Negro, al decir de Fito Páez “Hay una lagrima en el fondo del río de los desesperados, bla bla bla, bla bla, ya no sabe a pecado, los violadores huyen de los jardines, llueve sobre mojado”

(*) El autor de la columna Lic. Javier García Guerrero. Ex Auditor Principal Coautor de la metodología de evaluación de Programas Sociales de la Sindicatura General de la Presidencia de la Nación.@JavierGGuerrero